Hubo un tiempo que enamorado de un grupo de estrellas, podía sentir el latir de la Madre Gea en mi éxtasis de felicidad. Soñaba despierto un mundo lleno de vivos colores. Tal fue la ebriedad de mi onírica alegría que las descuidé y las estrellas empezaron a distanciarse; tal fue el espacio entre nosotros que soñé un universo de oscuridad y tinieblas.
Las estrellas se quedaron con las estrellas y yo en un agujero negro.
Ahora por las noches, las veo allí a lo lejos unas veces sí otras no. A veces están tan cerca, que su fulgor no me permite soñar más y velo su calmoso cruzar por el firmamento hasta que llega la hora del hechizo que condenándonos nos niega nuestra mutua contemplación.
Siempre están allí, cada noche, en lo alto. Recordándome que una vez caminé tan alto que olvidé el perfume de la Tierra.
miércoles, 16 de abril de 2008
Estrellas
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